¡ VIVA EL BURRO VELOZ !
NUEVAS CRÓNICAS ASNALES
BREVE CRÓNICA
Queridos amigos y lectores del blog del Burro Veloz:
Desde el 27 de junio de 2020, el cronista no había escrito una línea en este blog histórico.
El Burro Veloz ha evolucionado en estos tres años, adaptándose a las características físicas de los burros veloces, cada vez más viejos y más cojos. Ahora su principal actividad deportiva es la "marcha nórdica". El medio de registro de la crónica semanal es una libreta manuscrita. Pero ayer, volviendo del Ocejón a Leganés, el cronista pensó que ocasionalmente podría volver a escribir en el blog para ampliar la información de la libreta, y así resucitarlo, aunque fuera intermitentemente, lo mismo que Cristo resucitó a Lázaro, que ya olía a muerto y a rayos cuando a Cristo se le saltaron las lágrimas, no sabemos si de la pena o si de la fuerte impresión que recibió su pituitaria cuando abrieron la tumba (Jn 11,35).
Hecha la preceptiva introducción dando explicaciones de la vuelta al blog, vayamos al grano: LA SUBIDA AL MONTE OCEJÓN.
Asistentes: Vidal, Pedrín, Nano, Juáncar y Carlos.
Recorrido y sucedidos:
Partimos de Leganés en el coche de Juáncar a las 06:30 h. Valverde de los Arroyos (Guadalajara) dista 145 km de Leganés. Aunque es hora tempranera, ya es de día. El día promete ser muy caluroso: la pasada noche fue la noche de San Juan. Felicitamos a Juáncar por su "media-onomástica", pues también es Carlos.
A las 08:40 h aparcamos y emprendemos la subida. El pueblo tiene unas cascadas a unos dos kilómetros del centro urbano, pero optamos por verlas a la vuelta.
Hasta la cumbre del Ocejón, una de las montañas más bellas del Sistema Central, de 2.049 m de altitud, hay que caminar unos 6,5 km. Parece moco de pavo, pero no es moco de pavo.
El paisaje es espectacular, con unas formaciones rocosas en forma de muralla o anfiteatro romano realmente bellas. Hay zona de pino repoblado y algo de umbría al comienzo de la subida.
Más o menos por encima de las cascadas hacemos una parada técnica para beber y comer algo. No queremos desfallecimientos ni deshidrataciones en la ruta.
La subida no lo parece, pero es muy exigente e inclinada. "Piano, piano, si arriva lontano", y chun-chun-chun, sin sombra, pero con valor y buen ánimo, llegamos al pie del Ocejoncillo, un monte menor que vive a la sombra de su hermano mayor. Nano sube el Ocejoncillo y baja. Miras hacia arriba, al punto geodésico que señala la cumbre del Ocejón, y te parece estar en las montañas de Mordor, cargando con el anillo de poder. ¿Hasta ahí arriba hay que subir? Sí, hermano, sí. Si hemos llegado hasta aquí, hasta ahí arriba subimos aunque sea a gatas.
Cada uno sube como puede y a las 11:00 h los cinco tocamos cumbre. Sacamos los bocatas y nos deleitamos con la vista panorámica, que es incomparable.
En la cumbre hay más gente, algunos con perros y perras. Todo el mundo se hace fotografías en el hito.
Hora de bajar.
Pasamos de nuevo junto al Ocejoncillo. El Jefe (o sea, Juáncar) no se resiste y sube él también a la cumbre del Ocejoncillo. No tenemos prisa, pero este "capricho" nos retrasa un poco. Venga, no pasa nada.
Con breves paradas ocasionales para reunirnos, hacemos la bajada de un tirón. Es cuando nos damos cuenta de lo inclinada que es la subida, porque tenemos que tirar de piernas y rodillas, a veces con dolor, para no rendirnos y contemplar el paisaje mientras vamos pensando dónde poner el siguiente pie.
Pasamos junto a uno de los arroyos que forman el riachuelo de la cascada. Algunos se acercan para refrescarse y solazarse con el agua corriente y pura del arroyo.
Seguimos. De lejos, vemos la larga cascada que algo de agua lleva. No se imagine el lector las cataratas del Niágara: sólo cae un hilo de agua saltarín y con estilo.
¡Por fin llegamos a un campo de fútbol de Valverde de los Arroyos!, donde un grupo de niños juegan sobre la hierba.
En la fuente de la plaza nos refrescamos. Si no hubiera gente por allí, habríamos metido pies y piernas sin pudor, y seguramente alguno se habría metido de cuerpo entero, sin nadita de ropa ni nadita tampoco de pudor. El personal cada vez es menos pudoroso, constato.
Nos cambiamos de ropa y vamos a comer al Mesón Despeñalagua, donde tenemos reserva. ¡De las veces que hemos comido mejor! Unos entrantes para compartir y abrir boca: revuelto de morcilla, torreznos (¡pura gloria!) y croquetas de corzo (¡puro manjar de dioses, la besamel parece hecha por querubes!). Los segundos son individuales: cachopos, chuletitas de cordero, entrecotes y costillas asadas. Todo ello regado con dos botellas de tinto de la casa. Los hojaldres de los postres, de primera línea. Acabamos con "cafeses" y licores generosos: aguardientes blancos y "amarillos". ¡Ay, Señor, así serán las mesas de las praderas de los Campos Elíseos!
Buen viaje de vuelta. Alguien se molesta porque se queda profundamente dormido y otro, preguntándole "algo" de buena fe, le despierta. Se dicen bromas y cosas muy graciosas, con un lenguaje ampuloso, que a veces puede parecer ofensivo, como el que usaría Cicerón en el Senado romano in illo tempore.
El Jefe se recorre Leganés y nos deja a cada uno en la puerta de nuestra casa.
A las 19:00 h el personal se quita el sudor y el polvo de camino en la ducha de su cuarto de baño.
Ha sido una salida de campanillas del Burro Veloz. Un gran día.
Carlos
Cronista del Burro Veloz